Más allá del aspecto biológico: una perspectiva integral de la Educación Sexual
- Verónica Mackinson
- 6 ago 2024
- 3 Min. de lectura

Reflexionemos sobre nuestra propia educación sexual. Muchos adultos de hoy nos damos cuenta de que la educación que recibimos estaba centrada casi exclusivamente en el aspecto reproductivo, con el objetivo de evitar problemas como embarazos no deseados o enfermedades de transmisión sexual. Esta visión se enfoca solamente en la dimensión biológica. Sin embargo, somos mucho más que un cuerpo, y es crucial que la educación sexual abarque todos los aspectos de nuestra existencia: biológico, psicoafectivo, espiritual y social, para desarrollarnos plenamente y establecer vínculos saludables.
Conocer cómo funciona nuestro cuerpo, la fisiología del placer o el aparato reproductivo es fundamental, pero esto es solo una parte. La educación sexual nos enseña que la sexualidad es un aspecto esencial de la persona que impregna todas nuestras dimensiones y que puede aportar satisfacción y bienestar, siempre que se cuide y atienda adecuadamente. La sexualidad puede compartirse con quien se desee, o no compartirse con nadie. Pero se enriquece a través de las relaciones que formamos y de lo que recibimos de ellas.
Como afirma el reconocido psicólogo y educador Félix López Sánchez (2009), la educación sexual debe contribuir al desarrollo integral de la persona, ayudándola a vivir su sexualidad de manera satisfactoria, responsable y saludable.
Por eso, la educación sexual es vital para prepararnos a vivir relaciones plenas que nos beneficien y beneficien a quienes nos rodean. Es una educación que debe apuntar a una salud integral, no solo a la salud sexual. Debemos hablar de los cuerpos, pero también de los vínculos, de cómo se configuran las relaciones desde temprana edad y de cómo acompañamos a nuestros niños, niñas y adolescentes en la incorporación de elementos que contribuyan al bien común y personal.
Hablar de educación sexual es también hablar de emociones. La forma en que gestionamos nuestras emociones, cómo interpretamos nuestras vivencias y cómo nos preparamos para vivir una relación amorosa influye en nuestros proyectos de vida, ya sea un noviazgo, un matrimonio o una familia. Es nuestra misión contribuir a la salud psicoemocional, acompañando a los jóvenes en el manejo de sus emociones y experiencias para que puedan forjar relaciones saludables en el futuro.
Brindar educación sexual implica también transmitir modelos de sexualidad que permitan a los jóvenes desarrollar todo su potencial. No basta con proporcionar información adecuada; es fundamental que padres, madres y educadores vivamos la sexualidad con naturalidad, ofreciendo un modelo donde el placer, la alegría y la sexualidad en todas sus dimensiones tengan cabida. Porque los modelos que los niños asimilan en la infancia condicionarán su forma de vivir la sexualidad en la adultez. La educación sexual no se trata de imponer, sino de transmitir valores y desarrollar el pensamiento crítico para que cada persona alcance esa meta de manera real y consciente.
Además de la salud emocional y de los vínculos, debemos considerar la salud espiritual y social. Las preguntas que los adolescentes se plantean, como "¿quién soy?" y "¿hacia dónde quiero ir?", propias de la crisis de identidad que se produce en esta etapa, provienen de esas dimensiones de la persona y son fundamentales para darle orientación y sentido a su vida. Como explica Carolina Sánchez Agostini (2020), la educación sexual puede acompañar estas inquietudes, ayudando a los jóvenes a encontrar respuestas a través de un acompañamiento que permita una reflexión genuina, sin presiones ni temores, y a través de la construcción de relaciones significativas. Desde el ámbito familiar, educativo y sanitario podemos fomentar culturas de paz y diálogo, esenciales para una mejor relación con los demás y para la construcción de una sociedad más justa.
Vivimos en una sociedad que tiende a la polarización y al etiquetado. Es vital enseñar a nuestros niños y niñas que todos estamos trabajando por una cultura de encuentro, paz y diálogo. Desde los espacios de educación sexual, podemos promover estas culturas, contribuyendo a una salud social que fomente el respeto y la comprensión entre todos, forjando así una sociedad más cohesionada y empática.
Referencias:
López Sánchez, F. (2009). La educación sexual de los hijos. Ediciones Pirámide.
Sánchez Agostini, C. (2020). Debates sobre sexualidad. Ediciones Logos.
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